sábado, 5 de abril de 2025

TRES DÍAS, SEÑOR

  Tres días, Señor
Autor:


Efraín Huerta Romo (1914–1982)



Señor, yo quiero hablarte,

llegar a ti sin miedo y sin temor,

estar tranquilo…

Si no te has levantado, Señor,

quiero sentarme al borde de tu cama

y decirte: no sé…

tengo tanto de qué hablarte.


De todos modos,

yo sé que tú lo sabes,

pero si no llego hasta ti para contártelo,

creerás que soy soberbio

y no querrás entonces ayudarme.


Señor,

hoy vengo a visitarte

para decirte que ayer…

y eso te dije anoche.


Y no sé si está bien el acosarte,

si no te gusta, Señor,

que nadie se dé cuenta

que vine a molestarte.


Yo quiero hablarte.

Claro, tú debes igualmente hablarme

en confianza.


Señor, te tengo miedo.

Me enseñaron que ganarse tu cielo era difícil,

y en cambio,

ir al infierno era muy fácil.


Claro, Señor,

nadie me dijo que yo podía

tranquilo visitarte,

que tú me escucharías como amigo,

que me darías la razón

si no quería tomarme el aceite de ricino.


Al contrario,

me dijeron que tú no me querrías

si yo no lo tomaba,

y que no vendrías a mi cuarto el 24

si seguía jugando

nobos en las mangas.


¿Ves, Señor?

Me hicieron hasta creer

que si seguía elevando cometas

o jugando a los trompos,

perdería tu confianza.


Y la perdí, Señor,

la perdí, Señor,

porque jugaba con las ranas,

me ensuciaba la ropa

y madrugaba

a hacer batallas de terrones y piedras,

y a jugar a las canicas

hasta muy entrada la mañana.


Te das cuenta hoy

que quiero decirte tantas cosas…

No tengo ya confianza,

no me atrevo, Señor,

tengo miedo de hablarte.


Más bien,

voy a escribirte,

así no te quito tiempo.

Cuando puedas,

leerás mi carta.


Y si pido mucho en ella

y, enojado, no quieres contestarla,

creeré que no la recibiste

y volveré a escribirte

otra más larga.


Señor Jesús,

Apartado Celeste 34,

mi querido Jesús:


Deseando yo escribirte,

dejé pasar mi infancia,

la pubertad,

la juventud,

la vida…


Y ahora te escribo

desde la orilla, Señor,

de mi nostalgia.


Qué bueno hubiera sido

haberlo hecho antes,

antes que se me gastaran

las palabras de niño.


Yo aprendí para escribirte

vocablos nuevos

con sabor a caño.


Jesús,

tú le cambiaste el sentido a las palabras,

le cambiaste el sabor a tantas cosas

que de niño eran dulces

y ahora son amargas.


Yo no comprendo, Señor,

por qué ahora

una cometa azul

tiene un profundo sentido de nostalgia,

y el perrito afelpado

que me dieron cuando cumplí tres años

me muerde las entrañas.


Y las canicas rojas

con las que jugué de niño

son lágrimas de ausencia

que va llorando el alma.


Jesús,

solo tres días

regrésame a la infancia.


Después no importa.

Después…

lo que tú quieras:

otra fuga,

otro olvido,

otra ausencia, Señor.


Después,

lo mejor será la fuga final,

final ausencia,

definitivo olvido de la vida.


Renovaré mi herida

y partiré sin quejas.

Me iré cantando

con mis canicas rojas

y mi cometa azul.


Y al irme así,

yo creeré en la vida

e iré manando,

en vez de sangre,

miel por mis heridas.


Señor,

tres días quiero ser niño.

Regrésame a la  infancia.

Tres días, Señor.








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