Efraín Huerta Romo (1914–1982)
Señor, yo quiero hablarte,
llegar a ti sin miedo y sin temor,
estar tranquilo…
Si no te has levantado, Señor,
quiero sentarme al borde de tu cama
y decirte: no sé…
tengo tanto de qué hablarte.
De todos modos,
yo sé que tú lo sabes,
pero si no llego hasta ti para contártelo,
creerás que soy soberbio
y no querrás entonces ayudarme.
Señor,
hoy vengo a visitarte
para decirte que ayer…
y eso te dije anoche.
Y no sé si está bien el acosarte,
si no te gusta, Señor,
que nadie se dé cuenta
que vine a molestarte.
Yo quiero hablarte.
Claro, tú debes igualmente hablarme
en confianza.
Señor, te tengo miedo.
Me enseñaron que ganarse tu cielo era difícil,
y en cambio,
ir al infierno era muy fácil.
Claro, Señor,
nadie me dijo que yo podía
tranquilo visitarte,
que tú me escucharías como amigo,
que me darías la razón
si no quería tomarme el aceite de ricino.
Al contrario,
me dijeron que tú no me querrías
si yo no lo tomaba,
y que no vendrías a mi cuarto el 24
si seguía jugando
nobos en las mangas.
¿Ves, Señor?
Me hicieron hasta creer
que si seguía elevando cometas
o jugando a los trompos,
perdería tu confianza.
Y la perdí, Señor,
la perdí, Señor,
porque jugaba con las ranas,
me ensuciaba la ropa
y madrugaba
a hacer batallas de terrones y piedras,
y a jugar a las canicas
hasta muy entrada la mañana.
Te das cuenta hoy
que quiero decirte tantas cosas…
No tengo ya confianza,
no me atrevo, Señor,
tengo miedo de hablarte.
Más bien,
voy a escribirte,
así no te quito tiempo.
Cuando puedas,
leerás mi carta.
Y si pido mucho en ella
y, enojado, no quieres contestarla,
creeré que no la recibiste
y volveré a escribirte
otra más larga.
Señor Jesús,
Apartado Celeste 34,
mi querido Jesús:
Deseando yo escribirte,
dejé pasar mi infancia,
la pubertad,
la juventud,
la vida…
Y ahora te escribo
desde la orilla, Señor,
de mi nostalgia.
Qué bueno hubiera sido
haberlo hecho antes,
antes que se me gastaran
las palabras de niño.
Yo aprendí para escribirte
vocablos nuevos
con sabor a caño.
Jesús,
tú le cambiaste el sentido a las palabras,
le cambiaste el sabor a tantas cosas
que de niño eran dulces
y ahora son amargas.
Yo no comprendo, Señor,
por qué ahora
una cometa azul
tiene un profundo sentido de nostalgia,
y el perrito afelpado
que me dieron cuando cumplí tres años
me muerde las entrañas.
Y las canicas rojas
con las que jugué de niño
son lágrimas de ausencia
que va llorando el alma.
Jesús,
solo tres días
regrésame a la infancia.
Después no importa.
Después…
lo que tú quieras:
otra fuga,
otro olvido,
otra ausencia, Señor.
Después,
lo mejor será la fuga final,
final ausencia,
definitivo olvido de la vida.
Renovaré mi herida
y partiré sin quejas.
Me iré cantando
con mis canicas rojas
y mi cometa azul.
Y al irme así,
yo creeré en la vida
e iré manando,
en vez de sangre,
miel por mis heridas.
Señor,
tres días quiero ser niño.
Regrésame a la infancia.
Tres días, Señor.
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